No sería desatinado afirmar que, para muchas personas, el conocimiento sobre mujeres en el campo de las STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) usualmente encuentra su inicio y fin con Marie Curie, primera mujer en ganar un premio Nobel y primera persona en ganar dos de ellos. No obstante, a lo largo de la historia existieron muchas otras mujeres de agudo intelecto que hicieron posible el mundo en el que hoy vivimos.

Lise Meitner, Chien-Shiung Wu, Rosalind Franklin, Barbara McClintock, Rita Levi-Montalcini… Estas y muchas otras mujeres (Elizabeth Blackburn, Rachel Carson, Dorothy Hodgkin, Gertrude B. Elion, por mencionar algunas más) moldearon desde el invisible lugar que la sociedad les reservó lo que conocemos hoy como ciencia, demostrando que la ausencia de mujeres en campos como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas no se debe a un déficit de neuronas, sino de apoyo social.

Durante la Segunda Guerra mundial muchas mujeres se abrieron paso en la historia de la informática como las primeras programadoras.

¿Y en computación? Las computadoras existieron mucho antes de la Mac, la PC o siquiera las grandes mainframes de IBM, pero su constitución no era electrónica sino de carne y hueso. “Computadoras” fue la denominación que recibieron decenas de mujeres matemáticas encargadas de computar los cálculos necesarios para dar sustento a las operaciones militares y aeroespaciales durante los años ‘40, ‘50 y ‘60, calculando trayectorias de lanzamientos de cohetes para efectuar bombardeos o para la conquista del espacio.

Durante la Segunda Guerra mundial, cuando gran parte de los hombres eran enviados a luchar, las mujeres se abrieron paso en la historia de la informática como las primeras programadoras. Fue la época de Grace Hopper y de las Top Secret Rosies. Tiempos en que, mientras los periódicos retrataban a los ingenieros Eckert y Mauchly junto a la máquina ENIAC catapultándolos a la fama, las verdaderas mujeres dedicadas a su programación y funcionamiento permanecían entre las sombras de una sociedad que desestimaba su contribución.

Mujeres programando el ENIAC para el cálculo de trayectorias balísticas.

Otro frente donde las mujeres cimentaron sus aportes al mundo de la computación científica fue NASA. En particular, las mujeres en el Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL, del inglés Jet Propulsion Laboratory) aprendieron que la unión era la única manera de derrotar el sistema. Juntas diseñaron un esquema para ocultar sus embarazos y poder cubrirse cuando necesitaban ausentarse para cuidar a sus hijos. Sus maridos, quizás los primeros hombres feministas, apoyaron la inversión de roles y se encargaron de las tareas domésticas, mientras sus esposas aprendían los nuevos lenguajes de programación que las convertirían en una fuerza de trabajo indispensable.

Estos fueron los años donde la labor de los hombres usualmente se dirigía a la creación de hardware, mientras las mujeres se encargaban de crear los programas necesarios para hacer funcionar los equipos. Por entonces, la programación era percibida como un trabajo trivial, al punto de ser promocionada como una opción al cargo de secretaria. Esta promoción hizo que la cantidad de mujeres involucradas en el campo de la informática creciera de manera abismal hacia mediados de los ‘60.

Por desgracia, pocas instituciones ofrecían planes de carrera a largo plazo para las mujeres –cuyos matrimonios y embarazos eran vistos como terribles desventajas– y sus habilidades informáticas. Cuando a mediados de los ‘70 la industria comprendió la importancia de los ordenadores, los empresarios decidieron incluirlos en los procesos de administración. Por supuesto, no iban a designar mujeres para cargos de gerencia. Así, las pioneras en el uso de la computación fueron desapareciendo, reemplazadas por hombres con mejor paga.

Luego, con el boom de Silicon Valley, el foco de los hombres viró hacia el desarrollo de software. Surgió el estereotipo del chico “nerd” y las consolas de videojuegos que, como todo juguete electrónico, fueron promocionados como una opción solo para varones. La hostilidad del ambiente, la falta de estímulo y la ausencia de reconocimiento al trabajo de las mujeres (informáticas) a lo largo de la historia fueron algunos factores que terminaron alejando a las jóvenes de la ciencia de la computación.

Thelma Estrin, pionera en la aplicación de la computación en la medicina, resume esta situación en su ensayo Women's studies and computer science: their intersection mientras sugiere “separar el mundo de la ciencia y la tecnología de esa historia patriarcal que las consideró durante años como inherentemente masculinas”.

No obstante, se perciben vientos de cambio. Si algo hemos aprendido quienes trabajamos en STEM es que las mujeres en la ciencia necesitan de otras mujeres en la ciencia. En los últimos años, hemos atestiguado diferentes movimientos que intentan acercar la tecnología al sexo femenino. En un mundo donde la automatización del trabajo es una realidad, la inclusión de mujeres en las ciencias es mucho más que un deseo, es una necesidad.