Hace 8 años, el MIT publicó una investigación sobre contenido publicado en X (antes Twitter) que arrojó un resultado contundente: las noticias falsas tenían un 70% de probabilidad más de ser compartidas que las noticias reales. Aunque el estudio tiene ya algunos años, basta con pasar algunas horas en redes sociales y foros para suponer que ese número sigue siendo válido.
La llegada de los algoritmos de inteligencia artificial generativa en formas de aplicaciones de sencillo alcance y bajo (o incluso nulo) costo, hizo que quedaran obsoletas muchas de las antiguas recomendaciones para verificar la veracidad de una noticia o publicación. Pero ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando incluso medios de comunicación de renombre también caen en la trampa y difunden información falsa antes de poder corroborarla?
En cuanto a las imágenes apócrifas, hasta hace poco se podían utilizar herramientas de búsqueda inversa, pero hoy existen generadores capaces de producir imágenes únicas que pueden ser confundidas con contenido inédito.
Pero… ¿cómo nos podemos proteger ante este aluvión de contenido falso? Para ello, debemos comprender el problema íntegramente y no tratar de "parchear" las consecuencias.
Motivaciones y sus víctimas
La información falsa es tan vieja como lo es la comunicación, con evidencias que datan de hace más de 150 años para una de las primeras noticias fabricadas preservadas hasta hoy. En todos estos años, han surgido distintas motivaciones desde distintos puntos de vista u objetivos que impulsan la creación y difusión de contenido adulterado.
Desde el ámbito político, la información falsa ha sido utilizada como una herramienta de manipulación y propaganda. Esto se materializa en difusión de datos adulterados o sacados de contexto para desacreditar opositores, influir en elecciones, moldear opiniones o simplemente desestabilizar la opinión pública.
Otro importante factor es el interés económico, comenzando como el invento de primicias en diarios para aumentar la venta de ejemplares y se refleja en hoy con titulares diseñados para atraer clics y generar ingresos a través de publicidad. Por otro lado, en las redes sociales, ocurre lo mismo con contenido que solo busca la viralización y que muchas veces deja de lado la veracidad.
Utilización de la información falsa como herramienta de cibercrimen
Los ciberdelincuentes también utilizan la información fabricada como una herramienta. A diario, sitios web que aparentan ser medios legítimos (o, al menos, de tener información privilegiada) publican artículos diseñados para generar alarma para redirigir a los usuarios a páginas maliciosas. Este tipo de phishing combina desinformación con tácticas de ingeniería social creando escenarios convincentes que facilitan el fraude digital.
Peligros más allá del mundo digital
Más allá de los motivos individuales de su impulsión, queda claro que la generación de contenido falso es más que una simple herramienta de manipulación y que, además, tiene víctimas concretas. A diario son noticia las desmentidas de profesionales de la salud sobre videos virales, mitos y teorías sin fundamento que pueden poner en riesgo la vida de las personas. Lo mismo ocurre en educación e investigación científica, por ejemplo, cuando resultados de investigaciones son mal interpretadas o tergiversada y puede llevar a que quienes los leen o ven tomen decisiones basadas en información errónea o exagerada.

Entonces… ¿cómo hacemos?
Si identificar información falsificada ya era un desafío, la disponibilidad de la inteligencia artificial lo hizo mucho más complejo. Ya no basta con notar errores ortográficos; debemos cuestionar videos y audios altamente sofisticados.
Nuestros aliados para combatir a la desinformación pueden agruparse en tres categorías: los actores sociales involucrados, las herramientas tecnológicas y el pensamiento crítico individual.
Actores sociales
En la primera categoría encontramos tanto a quienes generan contenido confiable como a quienes lo consumen y lo difunden. Medios de comunicación, verificadores de datos, plataformas tecnológicas e incluso usuarios individuales juegan un papel clave en la lucha contra la desinformación.
En un ejemplo concreto, la introducción del concepto de “fact-checking” y la posibilidad de denunciar una publicación son dos pilares de la lucha que dan las redes sociales.
Este punto requiere la participación de los usuarios: aún si las compañías detrás de las aplicaciones se encargan de filtrar el contenido falso, un porcentaje siempre llegará al público general que es quien debe hacerle saber a las primeras de la existencia de este mediante una denuncia.

Herramientas
En segundo lugar, herramientas tecnológicas han sido desarrolladas con el propósito de verificar contenido generado por algoritmos de inteligencia artificial. Aunque ya no son nuevas: Intel anunció hace más de dos años el lanzamiento de su herramienta detectora de deepfakes de altas tasas de éxito
Este tipo de herramientas analizan patrones de colores, difuminados y picos de audio en videos e imágenes, pero también estructuras y palabras utilizadas en textos que denoten o bien el uso de medios tecnológicos para su generación, o la intención del contenido de generar emociones fueres.
Sin embargo, no es posible delegarle el problema a la tecnología solamente, porque es esta la que evoluciona. Lo que hoy es una herramienta confiable para detectar imágenes falsas, en meses o años puede quedarse obsoleta ante mejoras en la generación de contenido sintético.
Solo basta con ver los avances en modelos y aplicaciones en los últimos tiempos, generando resultados indistinguibles de la realidad. Si nuestras estrategias de detección no evolucionan al mismo ritmo, pronto perderán efectividad.

Pensamiento crítico individual
El pensamiento crítico de cada uno de los usuarios que conforman es, en última instancia, la mejor defensa contra la desinformación. No se trata de volverse paranoico ni de desconfiar de absolutamente todo, sino de desarrollar un hábito sano de análisis antes de dar por cierta cualquier afirmación.
La clave está en las preguntas: ¿de dónde viene esta información? ¿quién se beneficia si creo en ella y la comparto? ¿cuál es su contexto? ¿existen fuentes independientes que la respalden?
Así como ocurre con el phishing, si algo apela demasiado a la emoción —sea de felicidad, sorpresa, miedo u otras— es importante redoblar la cautela. La desinformación no solo juega con la alteración de datos, sino también con reacciones y respuestas en tiempos de inmediatez y clics impulsivos.
Conclusión
Es clave aceptar que todos podemos ser víctimas de la información falsificada. Creer en que, por estar instruidos, informados o no ser “ingenuos” no caeremos en la trampa de la desinformación es el primer paso para ser víctimas. Por eso, más que buscar certezas absolutas, debemos desarrollar la capacidad de vivir con la duda razonable: no creer ciegamente, pero tampoco descartar de inmediato.